Nuestra
habitación estaba desnuda, con las paredes blancas, a excepción de algún cuadro, y unos textiles anticuados.
Se imponía un cambio.
Empecé por empapelar las paredes con dos
papeles coordinados de la firma Sant Honoré. Elegí uno con flores suaves para
la zona del cabecero y el resto en un tono verde/crema muy suave con textura.
Ambos están pre-encolados de manera que sólo hay que aplicar cola a la pared.
Mucho más sencillo.
Como la
habitación no es muy grande y un cabecero convencional ocupa mucho espacio, me
decidí por instalar un friso de madera de pared a pared. Os aseguro que es más
fácil de lo que parece; con indicaciones del vendedor y un pequeño tutorial se
hace en poco tiempo.
Una vez
instalado le dí 3 capas de pintura “lavada” con esmalte al agua beige claro
para que se vea la veta de la madera. Este efecto es muy sencillo: una vez
aplicada la pintura con rodillo de esponja (por supuesto, no se da imprimación
alguna) se “lava” con una esponja húmeda y se arrastra la pintura. En la
primera mano transparenta el color de la madera, pero os aseguro que con las
siguientes ese efecto desaparece.
Las molduras
de remate están pintadas del mismo color pero sin “lavar”, es decir dándole
color sólido. Una vez secas las he pegado con un pegamento rápido y he metido
algunas puntitas sin cabeza para reforzarlas.
Por último y
como es habitual en muchos de mis trabajos, he aplicado a todo el cabecero
una mano de cera transparente con lana
de acero muy fina y le he dado brillo.